jueves, 3 de mayo de 2012

Mediocridad


-          La mediocridad es algo horrendo, y sin embargo, un don admirable sin el cual no podríamos vivir.  – prosiguió el hombre mientras daba un sorbo a su pequeña taza de café.- Imagine por un momento que la genialidad fuera común, ¡Qué despropósito! Es, por supuesto, completamente imposible. La mediocridad debe existir para que el genio luzca. Los diamantes no valdrían nada de no estar rodeados de objetos de menor valor.
-        Vaya cosas más obvias dice usted. Sin embargo, no comulgo con esa idea suya. La mediocridad es despreciable se mire por donde se mire. Cualquier persona de rigor tiene la obligación moral, espiritual, o llámelo como quiera, de superarse a sí mismo. Una persona no es completa si no trata de ser mejor, si no lucha por saber más, ser más fuerte o vivir mayores y más intensas experiencias. Oh, sí, disculpe. Quisiera tomar otro café. Sólo, sí, con dos de azúcar. – el camarero, contento de que al fin hubieran advertido su presencia, se marchó solemnemente, como se esperaba de alguien que desempeñase esa labor en un lugar de tal categoría. – Vaya, en esta cafetería son siempre tan atentos… ¿Por dónde iba?
-         Soñaba usted con un ideal de ser humano que hace tiempo que quedó atrás. Parece olvidar que a nadie le importa ya su interior. ¿Quién quiere ser culto pudiendo conducir un lujoso coche? ¿Quién quiere saber de música, pudiendo acceder a toda ella en cualquier momento y de cualquier manera? ¿Por qué forjar una personalidad si la televisión nos entretiene de la manera más vulgar? Ahí se bañan los mediocres, se impregnan de la esencia de lo común, de lo grosero. A veces incluso el genio se pierde en ese horrible lago de cuestiones terriblemente aburridas. Pero es un precio que se ha de pagar, para que gente como usted y como yo tengamos el privilegio de sentirnos únicos. – tras el discurso del hombre el camarero se acercó con el café de su acompañante, en una preciosa y pequeña tacita de fina porcelana con un aspecto tremendamente frágil, decorada con motivos florales clásicos. – Aprecio infinitamente el detalle de éstas piezas, son sin duda exquisitas.
-        Sois un maravilloso orador, habéis alejado el tema como os ha parecido y ahora os permitís analizar la vajilla. Lamento deciros que no pienso daros la razón. La gente vulgar no debería existir, aun que soy consciente de lo imposible de mi propuesta, por lo que me conformaría con no tener que verla, tal vez de esta forma olvide su existencia. La vida no es algo para vivir de forma pasiva, es algo activo en constante cambio, cada acción puede cambiarnos, marcarnos, o acabar con nuestra existencia. Pero es eso, eso es la esencia de la vida. El riesgo, la aventura. Y hay tiempo para hacerlo de forma práctica y teórica. No olvide leer sus novelas, inspirarse en sus poesías. Pero no olvide dar al cuerpo el placer animal que también nos hace humanos.
-        Es usted sorprendente, habla como si en otro siglo nos halláramos, con unas intensas ideas y un rostro totalmente fuera de lo común. Me sorprende haberla conocido, pero es sin duda lo mejor que me ha pasado, al menos hoy. – el hombre rió y prosiguió charlando, jovial.- Me resulta un tanto fría, pero su discurso desprende calor. Me desconcierta ligeramente el choque de temperaturas, pero es de lo más fascinante. Lamentablemente debo marcharme, prometí a mi jefe que sólo tomaría un café mientras me ponía al día con mi correspondencia, pero ya ve. Llevamos aquí una hora charlando y apenas he terminado el primero de mis quehaceres.
-          No se preocupe, volveremos a vernos. Suelo frecuentar este lugar, ya no quedan sitios como éste, donde una puede sentir que lo bello no ha desaparecido, donde el don de la palabra no queda desprestigiado por patanes.
-        No quisiera ofender, pero me sorprende que sea usted tan joven, y mujer, ¿de dónde ha salido?
-        No sea desconsiderado, caballero. Un hombre adulto como usted debería saber que a una dama no debe preguntársele por su pasado. – a pesar del tono de reprimenda, una ligera risa salió de los labios de la mujer, a quien la curiosidad del hombre alagaba enormemente.
-        Entonces no hablaré más, temo estropear su confianza.
El hombre comenzó a recoger sus pertenencias mientras la mujer, divertida, terminaba el café. Los dos se levantaron casi a la par. Un hombre distinguido, de facciones afables y pequeñas arrugas en la boca y el ceño con ligeros brotes de blancura en su cabello. Vestía un elegante traje gris oscuro con una camisa beige. A pesar de su estilo clásico, la corbata denotaba la época en la que se hallaban, ya que simulaba de manera muy realista un río de plata. Se puso un sombrero, aparentemente antiguo también, pero que en un lateral disponía de un pequeño aparato que hacía las veces de teléfono y ordenador personal. 
La mujer era totalmente diferente. 



Sin terminar

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