miércoles, 2 de mayo de 2012

Vejez

Llevo mucho tiempo sin ver a mi abuelo. Él vive cerca, paso frente a su casa a diario. Aún así, llevo mucho tiempo sin ver a mi abuelo. 
Miento. Hace unos meses tuve que dormir en su casa. Aquel hogar en el que había pasado tantas horas, con él y con mi abuela. Lugar en el cual jugaba y reía, leía e imaginaba. 
Hogar que ahora olía agrio y se palpaba la muerte.
Era tarde, él ya dormía. Me puse cómoda y traté de comer. Cociné bien, aún así la comida sabia distinta. Me senté en salón y encendí la televisión. Bajé el volumen, no quería despertar a mi abuelo. Llevaba tiempo sin verle, quizá ya no me recordaría. Era mayor, era un anciano. Viejo.
El lugar olía intenso, me mareaba, me molestaba. Se oían ruidos fuera. También arriba, ¿esa puerta chirríaba allí cerca?
De nuevo sentí el olor, y el conjunto con los sonidos hizo aumentar la paranoia. 
Seguí viendo la tele, pero no me concentraba.


Marché a dormir, olvidé los ruidos.
En la cama, el olor de las sábanas era fuerte y penetrante. Desagradable. Escuché un sonido. La puerta. Mi abuelo, aún medio válido, se levantaba a mear. Media hora después, escuchando sonidos en cada lugar a mi al rededor, sentí que volvía a la habitación y lo imaginé. Lo imaginé y aún lo imagino, sentado sobre la cama, con una camisa interior blanca, de esas que ya nadie usa. Con unas bermudas antiguas, anchas, grandes en su enjuto cuerpo, marchitado y rohido por la edad. Su cabeza pequeña, mirándose los pies, recordando nada y pensando en dios sabía qué. Y sus ojos, caídos, con una película blanquecina cubriéndoles, ocultándole la vida.

En mi cama, un escalofrío. No me sentía a gusto. Me sentía incómoda, rodeada de aire espeso cubierto de recuerdos y olvido.
Una parte de mi temía que mi abuelo pudiese confundirme con mi difunta abuela. Me daba pánico imaginarlo entrando en mi habitación. 
Traté de olvidarlo todo y dormir. El olor. Un nuevo sonido en el piso superior. Voces en la calle que parecían ser susurros en mi oído.

Duerme.
Duerme.
Duerme.
Duerme.

Me despierto bruscamente. Tuve una pesadilla. No recordé mucho de ella pero me sentí sucia, asqueada y violenta. No quise pensar en ello. Debía dormir. Cerrar los ojos y dormir.

Y de nuevo desperté, y así varias veces. Sintiendo que le robaba un hueco a la muerte. Sintiendo que aquello estaba mal, que su tiempo ya había llegado, que se lo tenía que llevar. Me fui de ahí intranquila, con ese olor pegado a la nariz, y una pesada sensación pendiendo de mi espalda.

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