martes, 15 de enero de 2013

Luz de empesadilla

Lluvia incontenible. Viento. Las gafas se llenan de gotas y apenas veo. El paraguas es más bien un inútil florero sin flor. Noche profunda llena de susurros, pero ningún grito en la oscuridad. Calma en medio de la tempestad. Aceras heladas junto al río y artificiales cauces que tratan de guiarlo, pues envalentonado por el rumor de lluvia, parecer querer destrozar su redil. La superficie del agua tiembla, se contonea. Parece que bulle, se agita. Sus habitantes despiertan inmóviles, vacuos. Temerosos de su destino, quizá.
Los árboles de mediocre altura empapados y desnudos. La tormenta se ha llevado los restos de sus harapos. Parecen tristes y la fuerte ventolera los obliga a agachar sus sendos troncos, que se vuelven mimbre en un soplido y un rugido del cielo enfadado. Tal vez sólo triste.
La brizna empapa la hierba oscura bajo la tenue luz de las farolas. Luz anaranjada y escasa. Luz de ensueño o de empesadilla que me transporta a otro lugar, donde las gotas se transforman en helados alfileres que se clavan en mi cara y en mis manos. Y el río se termina de liberar y conquista lo que siempre debió ser suyo. Luz onírica que transforma la yerba verde en ridículo pasto. Cada hebra de yerba pierde su color y las pocas flores del camino parecen marchitas. Los árboles se ciernen sobre mi cabeza, y parecen medir ahora cien metros, y son oscuros y dan miedo. En sus copas parecen esperar mil tormentos que la tormenta riega. El lejano rayo me deslumbra y por un momento veo en sus columnas una mueca, una sonrisa, y la carcajada más pavorosa suena en la profundidad, con un eco absoluto y preponderante y yo me achanto y se me encoje el coraje y entonces pienso que ha debido ser tan sólo el trueno que acecha al rayo de luz. No hay coches por el camino y sombras rápidas pasan junto a mi. No me miran y soy invisible, pero los árboles me ven. El río parece venir a por mi. Luz terrible que levanta temores, protegida en burbujas de plástico en torres de color gris, ¿por qué a por mi? 
Se desabrocha el botón de mi abrigo y entra por el pecho el frío, impasible, impávido. Y vuelvo a la realidad. Al silencio y a la seguridad. Vuelve el río a su cárcel y los árboles a su medianía y su miseria, crecen flores feas y normales y hierba oscura y normal. Cae la lluvia de forma moderada, y los rayos y los truenos vuelven a ser fenómenos meteorológicos. Se acabó la pesadilla y la magia. También lo fascinante y misterioso.
Maldito frío y su capacidad de devolverme a la estúpida y normal realidad.

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